Alguien por ahí dijo que los factores de la producción estaban en la tierra, el trabajo y el capital. Hoy, sin embargo, reconocemos que ni la tierra, ni el trabajo, ni el dinero generan producción sin algo que por obvio hemos olvidado: el conocimiento, la confianza y el carácter de las personas.
Las organizaciones son tan grandes, y no me refiero en tamaño, como grandes son las personas que participan en las mismas. Cada una de las personas en nuestras organizaciones tiene sus propias particularidades, hábitos, capacidades e incluso trayectoria histórica. Esta diversidad en las personas que conforman nuestra organización debe dirigirnos como empresarios o ejecutivos a entender que el conocimiento, las relaciones basadas en la confianza y el carácter, son los nuevos capitales del siglo XXI. Como empresarios o como directivos somos responsables de aprender a gestionarlos con éxito.
¿De donde viene la palabra capital? De caput, cabeza en latín. Y ciertamente ahora cada una de las cabezas de nuestra empresa tiene un valor. No sólo el know how, sino el know who o el know where constituyen para las empresas activos intangibles.
El conocimiento a pesar de poder ser poseído por las empresas a través de procedimientos, fórmulas o métodos de operación, está siempre en posesión también de las personas, y las personas no son susceptibles de ser poseídas.
Nosotros, en la oficina, vendemos conocimiento en unidades de tiempo. Quienes apuestan a contratar un consultor compran en buena parte el saber. Nuestro negocio no vale por sus activos tangibles como son los autos, el equipo de cómputo o el mobiliario, sino por aquellos que difícilmente podemos cuantificar, el capital intelectual, la cabeza de cada persona.
Visto de esta manera, en todos nuestros negocios cada incremento en la formación a través de educación, habilidades, experiencia o conocimientos en nuestro personal, implicaría un incremento directo a nuestro capital. Curiosamente este capital nunca aparece reflejado en un estado financiero. La capacitación se envía a un rubro de gastos y la experiencia se refleja como un pasivo laboral.
El problema para las organizaciones es cómo retener ese capital intelectual que en el mercado tiene un “precio”. Las relaciones con nuestro personal deberían de traducirse en contratos de sociedad. Tener socios en lugar de trabajadores asalariados. ¿Con quiénes realiza sus primeras sociedades? ¿Con los más capaces? No es cierto, normalmente con la familia y ciertamente por el vínculo de confianza que existe.
El conocimiento de nuestra gente sólo puede representar un activo para nuestras empresas en la medida en que exista un grado de confianza tal que ese conocimiento se aproveche al máximo en beneficio de la sociedad. Un alto nivel de confianza entre nuestros colaboradores tendría que llevarnos a realizar “sociedades” porque la confianza conlleva la seguridad de una relación diferente de trabajo. Para muestra un botón, si no está dispuesto a asociarse con sus actuales trabajadores es porque su capital de confianza en este momento aún es pobre.
Las organizaciones actúan como actuamos las personas, de aquí que el carácter sea uno de los nuevos capitales del siglo XXI.
Las empresas, conformadas por personas con conocimientos y con confianza tienen un modo particular de ser, un carácter. Este le da el dinamismo, el espíritu y la ética a la organización.
Una de nuestras misiones en la empresa como directivos, es tener el carácter para formar personas con carácter; la ética de cada persona, el valor de hacer las cosas o para no hacerlas. ¿De qué sirve un experto financiero con conocimiento y confianza si el carácter no le ayuda a cerrar las negociaciones del crédito bancario?
Tenemos por delante una tarea muy importante: fortalecer el capital de nuestra empresa a través de fortalecer el conocimiento, la confianza entre nuestros socios colaboradores, y aprender a manejar la diversidad de caracteres de cada persona en beneficio de la empresa.